viernes, 26 de septiembre de 2008

historias inocentes de Mora Torres

Canto de Primavera - Editorial
Frase de la semana
"Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera."
-Pablo Neruda

En mi país es primavera (Primavera roja), es decir que sentimos que vamos a nacer. El velado, el oscuro y, según cuentos de infancia (Cuentos de hadas; magia, fe y encanto), malhumorado invierno nos deja pasar hacia el sol (El Sol y su estructura).

Todo empieza a vestirse de inocencia: la primavera es naiff (Arte y diseño en discusión).

También la gente de Oriente lo considera así, y yo creo mucho en la sabiduría oriental: para ellos, las estaciones del año representan edades del desarrollo humano (Lilah).

Toda la vida preferí el invierno (¿quiere decir que toda la vida fui una anciana?) por lo privado, pero además porque me gusta afrontar el frío, la tempestad y las lluvias heladas como si estuviera dentro de una película de aventuras: siempre al final llego a mi casa entibiada por el fuego de la estufa con olor a eucalipto (Consumo y ahorro de energía en el hogar y la oficina). O elijo un atardecer ventoso para andar por un barrio de casas viejas (Rescate y conservación del patrimonio local) y siento que fui a dar con mi máquina del tiempo a la Edad Media.

Sin embargo, la primavera tiene más delicadezas y ha inspirado música como la de Vivaldi, cuadros como los de Boticelli;

yo misma, modestamente, escribí un cuento - “Parece que están floreciendo las violetas”- sobre algo que le pasó a mi amigo Silvio cuando vino una vez a Buenos Aires en primavera.

Parece que están floreciendo con ganas las violetas

La mujer que entraba aquel domingo en el cementerio de la Recoleta no llevaba paraguas.

Silvio acababa de abrir el suyo, porque la llovizna, que le permitió curiosear tranquilamente tumbas y mausoleos, inscripciones y lápidas, se había convertido en temporal.

A tal punto había sido apenas húmeda la siesta dominguera, que Silvio pudo sentarse a observar largo rato muy cerca de un panteón, a un señor con botella termica en ristre, que golpeaba la puerta y llamaba en voz alta: “¡Ojeda, Ojeda!”

El hombre persistía en su llamado, en el que se mezclaban cierta sorpresa y cierta preocupación. Al rato –Silvio me lo contó- apareció uno de los cuidadores del lugar, que le dijo: “Ojeda salió y no va a volver hasta la noche”.

El cuidador, viendo que Silvio observaba la escena, se le acercó y le contó que esta persona solía venir venía todos los domingos a la tarde, con su termo y su taza de aluminio, y que cada vez debía encontrar una historia distinta: “Ojeda pidió que no lo despierten, porque anoche no consiguió pegar un ojo”, u, “Ojeda se quedó a dormir en lo del hermano, porque la mujer tuvo familia”, o bien, “Ojeda se fue al campo, porque tenía que vender unas vacas”.

Lo curioso es que el amigo de Ojeda aceptaba siempre con simpatía estas excusas y se iba diciendo: “Dígale que el domingo que viene vuelvo a visitarlo”.

Ojeda parecía tenerlo todo: hermana, hermano, hijos, nietos, sobrino, abuelos, padres, campos, insomnio. Ninguna excusa le sonaba incongruente sospechosa al visitante que, además, demostraba al marcharse algo de alivio. Pero nunca dejaba de volver.

(Continúe leyendo este artículo y deje su opinión en nuestro Blog: "Canto de Primavera")
Por Mora Torres

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